Aún recuerdo aquel verano, cuando el amor durmió a mi lado. Nunca quise cerrar los ojos, en realidad nunca necesité hacerlo. Vivía un sueño con los ojos abiertos, una sonrisa nunca estuvo de más y el silencio era nuestro único testigo...
Qué feliz me sentía cuando se aferraba a la honestidad de mis brazos y, apoyando su cabeza en la calidez de mi pecho, como buscando un refugio, yo acariciaba su cabello sin que se diera cuenta mientras dormía, esperando que abriera sus ojos, con el alma llena de entusiasmo, como un héroe de almas perdidas listo para el rescate y volver a ver, retina a retina, una y otra vez ese brillo que jamás he vuelto a ver de manera tan natural. Brillo que me enseñó a no temer del sol y a ver su verdadero arte al atardecer, a querer sin avisar, a besar con la mirada, a hacer del silencio un "te amo", aquel brillo que me enseñó a guardar un secreto solo por amor, esa luz que podía ver incluso más allá de la oscuridad, entregándome mil y más motivos para agradecer y brindar lo mejor de mí...
Y
se marchó cuando llegó el otoño. Se fue en silencio, sin previo aviso, mas nunca abrió sus ojos. El frío invierno me consumió en realidad y sueños, y yo, guardando esa flor de primavera que se niega a marchitar, espero un cambio de estación, un nuevo verano quizá, donde podamos caminar frente al mar y escribir nuestros nombres donde las olas de ese azul sin principio ni final no puedan llegar jamás.
Texto: Andrés Miles © All rights reserved