Cubre tu cara, estamos viviendo bajo un cielo en polvo. Somos una humanidad confundida entre la realidad y la utopía, una humanidad que no reconoce amores en sus corazones, sino solamente en sus retinas. Dueños de un terco orgullo, vamos dejando nuestros corazones vacíos, sin sangre, creyendo que pedir perdón y llorar son sinónimos de derrota y cobardía. Somos una humanidad equivocada, pero que, sin darnos cuenta, aún sigue latiendo. Caminamos por calles deplorables, vestidas de invierno, buscando un pedacito de vida, un fragmento de primavera.
Anhelo que Dios nos guíe, que nos entregue el camino hacia un mañana mejor, que vuelvan a correr niños sonrientes por mi calle, dando brincos de alegría, con palabras y canciones llenas de entusiasmo, que crezcan para ser buenas personas, libres de hacer realidad sus sueños, y que en su vejez no haya espacio para recordar juguetes rotos. Anhelo que en este desierto nazcan jardines gigantes, incluso más allá de las nubes, que el viento nos envuelva con el aroma a paz de sus flores, permitiéndonos dar verdaderos respiros de vida. Que ningún árbol llore dejando caer sus hojas, y que cada lágrima se transforme con elegancia en pétalos de alegría. Quiero que nuestro suelo sea firme, para que todo lo bueno que se construya jamás se derrumbe. Sueño que algún día el mar sea dulce, que no solo apague nuestra sed, sino también el hambre. Que sus aguas sean cálidas, nos protejan del frío, y que cuando su oleaje nos bañe, nos entregue la fuerza necesaria para vencer ese destino que dicen… ya está escrito.
Texto: Andrés Miles © All rights reserved